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Beato “bienaventurado”. La palabra se refiere aquellas personas que viven la fe y las virtudes de forma comprometida y plena, habiendo dado muestras de heroicidad en su amor a Jesús y a sus herman@s. La Iglesia lo reconoce y beatifica.
Es un paso previo a la canonización. Cuando un beato es canonizado, la Iglesia, reconoce su santidad, o sea: afirma que la persona fue buen cristiano y ser humano, proponiendo su vida como ejemplo. No es una persona sin defectos, sin embargo, decidió superar cada uno de ellos por amor a Dios.
Para la canonización en la mayoría de casos, se necesita un milagro. Aunque existen santos que no necesitaron milagros, sino que la misma devoción del pueblo cristiano bastó para canonizarlos.
Una mujer sencilla que no simple, hija del s. XVII. Dios la llamó por el camino de los pequeños, de aquellos que buscan el último lugar en el Reino de Dios.
Algunos la tuvieron por tonta, pero en realidad fue un alma muy lista, supo aprovechar aquello que de verdad valía la pena: Jesús. Llegó sin estudios ni letras a comprender que Él lo único necesario, aquello que le daba sentido y a ello consagró su vida.
No salió nunca de su pueblo. Desde allí y para los siglos es una lamparita que se consume ya para siempre amando a Dios. Acercando a otros a Dios.
Habiendo experimentado auténticos milagros y estando siempre en compañía de Jesús la sorprendió la muerte a sus 71 años. Así entregaba su último aliento a su Dios y su TODO.
Sin duda, una historia fascinante que no te dejará indiferente, llena de hechos sorprendentes. Quédate y sigue descubriéndola.